Consejo elaborado por Ametller Origen, entidad colaboradora del BBHI en el ámbito de la nutrición.
Virginia Woolf, una escritora inglesa y figura destacada del siglo XX, decía que uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha cenado bien. Esta afirmación nos hace pensar que entre alimentación y cerebro hay una estrecha relación.
El cerebro es un órgano muy complejo y que tiene como función principal hacer llegar mensajes de un sitio a otro y esto lo hace gracias a un conjunto de sustancias que, o bien provienen de nuestra alimentación de forma directa (vitaminas, minerales, grasas, proteínas y carbohidratos), o bien las fabricamos nosotros (sustancias que transportarán los mensajes) gracias a lo que comemos.
Así, una dieta mal planificada y desequilibrada puede acabar manifestándose en sensaciones de cansancio, nerviosismo, mal humor, falta de concentración e incluso depresión o trastornos del sueño.
Muchas veces leemos que determinados alimentos son mejores que otros o que hay un alimento que puede ayudar a tener más memoria, etc. El cerebro lo que necesita son un gran número de nutrientes y éstos sólo podemos aportarlos si hacemos una dieta variada, pues, en definitiva, no existe ningún alimento que lo aporte todo.
Si hacemos un recorrido por algunos de estos nutrientes encontramos que:
Son también elementos clave todas las vitaminas y minerales, aunque algunos se necesiten más que otros, pero todos son relevantes para un buen funcionamiento, de ahí la importancia de una dieta variada.
Por último, es importante no olvidar el agua, un elemento que permite que todas las reacciones que tienen lugar en el cerebro se puedan llevar a cabo. Una buena hidratación implica beber entre 1,5 y 2 litros de agua, según las necesidades, y que puede ser sustituida por infusiones, caldos vegetales, pero en ningún caso por bebidas refrescantes con alto contenido azúcares.
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